Las comparecencias de Pedro Sánchez ante los medios tras el informe de la UCO están dando mucho de qué hablar, también en la esfera de la psicología. Además del escándalo que suponen los supuestos hechos de corrupción, la cara, los gestos y el discurso del presidente del Gobierno de España están en boca de todos. La destacada psicóloga Claudia Nicolasa, asegura que está usando una técnica de manipulación política muy habitual en estos contextos: la apelación a un propósito superior.
Creadora de contenido, con casi 200 mil seguidores en sus redes sociales, el vídeo en el que analiza los discursos de Sánchez, se ha hecho viral. Autora del libro Es manipulación y no lo sabes, un manual para identificar y desactivar la manipulación en todos los ámbitos, incluida la política.
¿Consideras que Pedro Sánchez ha aplicado técnicas de manipulación política? ¿Cuáles?
La comunicación política está llena de recursos retóricos, marcos interpretativos sesgados y apelaciones emocionales que buscan influir en la percepción ciudadana. Esto no es exclusivo de Pedro Sánchez: lo hacen líderes de todo el espectro ideológico, y sucede en prácticamente todos los países. En su caso, tras el escándalo vinculado a la UCO, hemos visto un uso claro de una técnica muy habitual en estos contextos: la apelación a un propósito superior.
¿De qué se trata la técnica de apelar a un propósito superior?
Cuando un líder está bajo presión por críticas o escándalos, es común que trate de reconectar emocionalmente con su electorado desviando el foco de su figura y redirigiéndolo hacia una causa mayor noble: el país, el futuro, la democracia. Al decir “Esto no va de mí ni del Partido Socialista, va de un proyecto político que está haciendo cosas buenas por nuestro país”, Sánchez está utilizando exactamente ese recurso. Es una forma eficaz de neutralizar el juicio ético, porque desplaza la atención desde los actos hacia lo que el ciudadano podría perderse y sufrir si él abandona el poder. De este modo, la cuestión de dimitir por responsabilidad queda desplazada. Además, esta técnica suele venir acompañada de otras igualmente eficaces:
¿Como cuáles?
Es importante subrayar que estas estrategias no son nuevas ni exclusivas de ningún dirigente. Han sido empleadas por líderes de todo signo político, en distintos países y momentos históricos. Lo constructivo no es señalar a una figura concreta, sino desarrollar una ciudadanía capaz de identificar estas técnicas, para no perder su capacidad de análisis ni cuando simpatiza con el mensaje de fondo. Están la falsa dicotomía, el señalamiento de un enemigo común y la victimización estratégica.
¿Cómo reconocemos la falsa dicotomía?
Falsa dicotomía es presentar la situación política como si solo existieran dos opciones: apoyar al líder actual —aun con errores o polémicas a cuestas— o enfrentarse a una alternativa catastrófica. Esto limita el pensamiento crítico del ciudadano, que, movido por el miedo, deja de considerar otras opciones posibles. Es un recurso frecuente en contextos bipartidistas como el español.
¿Y el señalamiento de un enemigo común?
El señalamiento de un enemigo común consiste en identificar a una figura o grupo como la causa de los males del país, algo que se debe frenar a toda costa. En el caso de Sánchez, el enemigo señalado es la “extrema derecha”, un término que, con el tiempo, ha ampliado su alcance hasta incluir ideas o personas que simplemente disienten, incluso desde posturas progresistas. Esta estrategia polariza el debate público y debilita el pensamiento crítico al dividir a la ciudadanía en bandos: o estás conmigo o estás contra el bien común.
¿Y la victimización estratégica?
Sobre la victimización estratégica, en momentos de crisis reputacional, algunos líderes se presentan como blanco de ataques desproporcionados no por lo que han hecho, sino por lo que representan. Así, el foco se desplaza del análisis de los hechos al sufrimiento personal del líder, convertido en mártir al sacrificarse por parar a ese enemigo común. “Nos atacan por quienes somos y porque somos los únicos que les paramos los pies”.
¿Qué papel juegan las emociones en este proceso?
Las emociones son el vehículo principal de la influencia en política. La mayoría de las decisiones que tomamos, incluido en el terreno político, no son tan racionales como nos gusta creer: están profundamente mediadas por lo que sentimos. Si paramos a personas por las calles y les preguntamos a quién votarían y a quién no, una gran parte nos darán respuestas emocionales sin apelar a elementos de los programas electorales. Por eso, los discursos más eficaces no son los que aportan más datos, sino los que logran activar emociones clave como el miedo, la esperanza, la rabia, el sentimiento de pertenencia…
¿Qué pasa cuando se experimentan estas emociones?
Y es que, cuando experimentamos una emoción intensa como las mencionadas se activa el sistema límbico para priorizar una reacción rápida y automática —útil para la supervivencia— pero reduce la actividad del córtex prefrontal, que es la zona responsable del razonamiento, la toma de decisiones racionales y el pensamiento crítico. El resultado: un estado fisiológico que reduce la capacidad para analizar con lógica, evaluar consecuencias, cuestionar la información y elaborar decisiones racionales.
¿Y qué pasa cuando se activan por un discurso?
Activar emociones en los discursos no siempre es algo malintencionado o negativo: hay emociones que pueden cohesionar a una sociedad en momentos de crisis. El problema aparece cuando se utilizan de forma sistemática para evitar la rendición de cuentas, simplificar el debate público o dividir a la ciudadanía en bandos irreconciliables.
¿Cómo pueden reconocer los ciudadanos que un político está aplicando estas técnicas?
Debemos prestar atención no solo a lo que se dice, sino a cómo se dice y qué emociones despierta. Cuando un discurso apela más a las emociones que a los argumentos, cuando simplifica la realidad en exceso, cuando convierte cualquier crítica en una amenaza al país o al bien común, es muy probable que se esté utilizando técnicas de manipulación. Cuando se evita responder preguntas concretas, se cambia de tema hacia lo que le beneficia, se divide el mundo y la verdad en categorías… Si un mensaje parece diseñado para generar una reacción emocional inmediata y desactivar el análisis, probablemente estemos ante una estrategia de manipulación. La mejor forma de identificar la manipulación es conocer las técnicas que se suelen utilizar y verlas en ejemplos y casos reales.
¿Qué consideras que deben hacer los responsables políticos una vez que han detectado técnicas de manipulación en sus compañeros de partido?
Lo ideal sería que las formaciones políticas promovieran una cultura de transparencia, autocrítica y responsabilidad ética. Detectar el uso de técnicas de manipulación en discursos propios o ajenos debería ser una llamada de atención, no solo por su impacto en la ciudadanía, sino también porque a largo plazo erosiona la confianza en las instituciones y en la política como herramienta de cambio real. Sin embargo, en la práctica, sucede lo mismo que con la corrupción: muchos políticos enfrentan al gran dilema y terminan dejando de lado sus principios. La fidelidad al partido y/o al líder y la posibilidad de prosperar suele pesar más que el compromiso con la verdad o con el ciudadano. Esto no solo perpetúa las dinámicas manipulativas, sino que normaliza su uso como herramienta estratégica. Lamento ser pesimista en este sentido.
¿Y los ciudadanos?
Los ciudadanos no pueden controlar lo que dicen o hacen los líderes políticos, pero sí pueden desarrollar herramientas para proteger su criterio y no dejarse arrastrar por discursos manipulativos. La clave está en no reaccionar automáticamente, sino en hacerse preguntas: ¿Qué emoción me ha generado este mensaje? ¿Hay matices que se están ocultando?¿Qué intereses podría haber detrás de esta narrativa? ¿Qué vería un votante del partido contrario en este mismo mensaje que a lo mejor yo no estoy viendo?
¿Hablamos de pensamiento crítico?
Es prioridad hoy en día fomentarlo, contrastar fuentes, buscar puntos de vista diferentes y no dejarse llevar por la urgencia emocional del momento. Es como una especie de resistencia cívica. Además, es fundamental entender que ser críticos con la manipulación no significa traicionar a nuestro partido o posicionarnos con el contrario. La clave está en ser honestos, neutrales y racionales: señalar los excesos o malas prácticas de los políticos que uno apoya no es debilitar la ideología, sino fortalecerla. Callar, minimizar o justificar por lealtad partidista hace un flaco favor tanto a los valores que decimos defender como a la calidad democrática del país.
¿Qué riesgos asumen quienes lo expresan públicamente?
Como psicóloga, he analizado públicamente las técnicas de manipulación empleadas por Pedro Sánchez en su comparecencia, y eso me ha valido desde insultos hasta acusaciones de ser “facha”, algo que no solo no es cierto, sino que revela hasta qué punto muchas personas ya no distinguen entre ideología y figura política. El pensamiento crítico se debilita cuando todo se interpreta como un ataque o una defensa partidista. Por eso insisto: hay que separar las ideas de quienes las representan y ser capaces de cuestionar con la misma exigencia a todos los líderes, sin importar su color político.
¿Qué efectos puede tener en un ciudadanos la exposición prolongada a discursos políticos que utilizan técnicas de manipulación?
La exposición continuada a discursos manipulativos tiene efectos psicológicos y sociales profundos. Uno de los más visibles es la polarización: cuando los mensajes políticos constantemente dividen a la población entre “nosotros” y “ellos”, se genera una fractura emocional que hace que ya no escuchemos al otro, solo lo combatamos. Esto abre la puerta a la radicalización, especialmente en personas que se sienten frustradas, inseguras o desinformadas. El discurso se convierte en trinchera y la política, en campo de batalla emocional. Pero hay otro efecto menos visible y muy peligroso: la indefensión aprendida. Cuando los ciudadanos perciben que sus opiniones no cambian nada, que todos los partidos manipulan, que da igual votar o informarse porque “todo está amañado”, pueden entrar en un estado de apatía y desconexión. Dejan de participar, de exigir, de interesarse. Y eso debilita gravemente la democracia, porque una ciudadanía que se siente impotente es una ciudadanía que deja de actuar. Además, la manipulación constante desgasta el pensamiento crítico y genera una relación emocional con los líderes que se parece más al vínculo con un ídolo o con un equipo de fútbol que a una evaluación racional de sus acciones.
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